Amanece,
la caravana de coches se detiene tras un recodo del camino sobre el minúsculo pueblo
aragonés cerca de los Mayos de Riglos y un buen número de trípodes con sus
cámaras se instalan en diferentes puntos de los alrededores. Hay que captar el
momento y yo decido tirar de focal larga, algo que muchos consideran sacrílego
cuando se habla de paisaje, pero ¿acaso un paisaje ha de enseñarlo todo?
La hora
temprana, el silencio solo roto por algún esporádico ladrido y el canto de un
gallo, el olor a humo que impregna el aire al salir de la chimenea del más
madrugador, ese edificio religioso dominando el caserío. El tiempo parece
detenido, lento en su discurrir, como renuente a dejar que se pierdan los
viejos hábitos, las viejas costumbres.
La
niebla al fondo parece querer aislar el enclave del mundo exterior, aunque
finalmente, lucirá el sol y todo se volverá más prosaico
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