Brilla en sus ojos la
locura, a su lado un flaco rocín mordisquea el ralo pasto reseco de mil soles
que lo hacen amarillear.
No ha mucho que tuvo un duro
encuentro con los terribles gigantes de largos brazos que lo dejaron maltrecho
y humillado.
Ha dormido al abrigo de un
peñascal para protegerse del frío relente
que cala en sus huesos, pero un maligno acto de brujería de quienes lo
derrotaron lo ha transportado a un extraño lugar mientras dormía y al
despertar, descubre que una densa niebla lo cubre todo y no encuentra sus
pertrechos. Apenas el viejo jamelgo permanece a su lado, quizás en la equina
esperanza de que su fidelidad le reporte
en algún momento un pesebre bien
colmado de fresco heno.
Un zumbido como de una
gigantesca espada manejada por terrible brazo llena el aire…zuuum, zuuum. ¿Le
habrán seguido los gigantes a tan desolado y misterioso lugar?
Por un momento, la espesa
niebla se rasga para dejar entrever a un par de seres monstruosos, unos
gigantes que empequeñecen en mucho a aquellos de amargo recuerdo.
Derrotado, con el terror
añadido a la locura, hace que el animal de media vuelta y obligándolo mas allá
de sus fuerzas huye.
Huye y mientras lo hace,
reniega a grandes voces del dios que
permite tales engendros para su desgracia
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