Una situación que a muchos les sonará cercana
La vida
se está poniendo muy cuesta arriba, cada día resulta más desesperanzador que el
anterior, sin trabajo y llegando a duras penas a final de mes, pocas cosas
provocan ya un poco de interés en este hombre a quien los años y la situación
han robado toda esperanza y alegría.
Solo la
naturaleza, el campo y sus bellos paisajes hacen brillar aún su mirada. Traérselos
en la cámara y disfrutarlos en casa es un bálsamo en los días en que el
desánimo pesa más de lo habitual.
Hoy se ha
escapado a uno de sus más bellos paraísos, pero sabedor de lo que hay, lo ha
hecho en día de labor para disfrutar de un mayor espacio de soledad y silencio,
cosa harto difícil los fines de semana.
No le
pesa madrugar, tampoco caminar y hace rato que ha pasado por los lugares más
bellos, mas fotogénicos y los ha inmortalizado con su cámara, pero ahora le
apetece otro tipo de disfrute, le apetece descansar junto a la orilla, con los
pies en el agua y la cámara en su trípode colocado junto a él.
Todo es
silencio, ese silencio que arrulla, ese silencio lleno de sonidos de viento
entre las hojas, de trinos de pájaros, de los provocados por pequeños mamíferos
y reptiles casi invisibles entre la maleza, de la propia agua en alegre discurrir por su inmemorial cauce. Se siente en paz, por un momento,
los problemas parecen no existir, no es que los haya olvidado, pero allí, en
esa situación, quedan en un segundo plano. Ya ocuparán su preeminente lugar más
tarde, cuando vuelva a estar inmerso en la cotidianidad de todos los días.
Tras él,
una voz, amable pero firme se deja oír: señor, tiene que salir de ahí, está
prohibido acercarse a la orilla para hacer fotos y tampoco puede meter usted
los pies en el agua.
Con
parsimonia, nuestro hombre recoge su trípode con la cámara, lo hecha sobre su
hombro y sin prisa pero sin detenerse, sube hacia la senda. Al llegar junto a la guarda del
parque que le ha llamado la atención, una melancólica sonrisa se dibuja en su
rostro que es correspondida de igual manera por la joven. Un escueto y apagado “buenos
días” al que ella corresponde un igualmente escueto “lo siento” es todo lo que
se dicen. El camino de retorno se encuentra ante él y lo sigue
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