Cada vez
que mis pasos tienen la ocurrencia de dirigirse al querido entorno del valle de
Belagua en Navarra y tropiezo con esta vieja ruina me asaltan dos sentimientos.
Por un
lado, me lo llevaría y lo desmontaría con la intención de restaurarlo,
siguiendo una pulsión que parece común a muchos hombres.
Pero no
es de esto de lo que quiero hablar hoy aquí ni a lo que hace referencia el
título, que también pudiera. Es del otro sentimiento, de ese que se revela ante
tanta desidia del que quería hablar.
Es una
vieja historia, casi tan vieja como un
servidor que roza las seis décadas.
Una
historia que enfrentó a muchos
colectivos de carácter ecologista con la administración y con el ayuntamiento
de Isaba por la construcción de unas pistas de esquí en Belagua.
No se
trata de rememorar todo el contencioso, pero si recordar como el alcalde de la
hermosa villa roncalesa, haciendo gala de una burda demagogia vino a publicar
en un periódico de la comunidad una carta entre cuyas líneas se podía leer que
eran ellos, los habitantes de los pueblos, los dedicados a la agricultura y
ganadería, los garantes de la belleza de
la naturaleza que los urbanitas disfrutan cuando deciden salir a pasar un o
unos días al campo.
Lo que
no decía el buen señor es que dicha belleza es en realidad un sub-producto de
sus actividades, pero no un fin en sí mismo y solo lo es porque a fuer de
verlo, nos hemos acostumbrado a esa naturaleza humanizada que, he de reconocerlo,
me resulta tan hermosa en ocasiones como el más salvaje de los paisajes.
Pero
ocurre que la verdad es terca y lo es aunque pase el tiempo.
Juzguen
ustedes como garantizan ellos tal belleza. En este caso es un viejo tractor,
pero puede uno encontrarse casi cualquier cosa en el campo, desde lavadoras
desechadas hasta lo más común, envases de aceite de motor, filtros, viejos
aperos en desuso y un largo etc.
Teniendo un campo tan lleno de belleza no son capaces de mantenerlo. Ellos (los políticos) que sabrán de la vida del campesino y sus necesidades.
ResponderEliminarUn abrazo