Por encima
de los sonidos que nuestra actividad de carpinteros producía mientras restaurábamos
un tejado, todas las mañanas nos amenizaba el sonido de un violín interpretando
bellas piezas de música clásica.
Al
salir en busca del almuerzo de media mañana, la veíamos allí, en la acera,
acompañada de un pequeño equipo alimentado por un silencioso generador de
corriente que a modo de musical karaoke reproducía el resto del sonido de de la
invisible orquesta. Ella era la solista.
Un
sábado, me subí sin otro objetivo que hacerle unas fotos y tras un rato de
charla me comento que después de todo no le iba tan mal, sacaba para comer
y para la pensión donde se hospedaba. Luego, con su permiso dado, le hice unas
pocas fotos y como era preceptivo, dejé en su platillo unas monedas.
Desapareció
de aquella esquina tiempo después y tardo un tiempo en volver. Cuando lo hizo, subí
nuevamente un sábado, pero esta vez sin cámara, bajo el brazo una ampliación de
esta misma foto.
El
brillo sincero de sus ojos cuando se la entregué fue su generoso pago por el regalo.
No
puedo presumir de mucha cultura musical ni de un gran oído, pero desde mi
parecer, lo hacía francamente bien.
¿Por
qué trabajaba en la acera regalando su talento por unas pocas monedas? ¿Era por
su condición de extranjera aunque hablaba un buen castellano? ¿Era porque la
competencia es muy dura? ¿Acaso había otras razones?
No
llegué a ganar tanta confianza con ella como para hacérselas y obtener
respuestas de primera mano
No hay comentarios:
Publicar un comentario