Tras los terribles hechos que sin duda acaecieron en el refugio
mientras ellos estaban fuera dedicados a la caza, el pequeño grupo que restaba
de aquel otrora numeroso clan, estaba obligado a tomar una decisión.
Eran pocos, y quizás pudieran sobrevivir allí, en los territorios en
los que siempre habían vivido, pero permanecer en aquel refugio sobrecogía el
ánimo de todos. Cuando partieron en busca de caza, lo hicieron como el jefe
propuso. Era una buena idea que cada cazador llevara a su compañera, pero los
hijos habían quedado allí, al cuidado del clan y ahora no había nadie y nada
parecía ser suficiente para mitigar las ausencias, sobre todo la de los más
pequeños que llenaban la caverna de risas y gritos.
Por otro lado, aunque eran pocos, la caza seguía escaseando, mientras
que en el norte, allí de donde ahora venían, seguía siendo abundante. No les
costó decidirse. Después de unos días de descanso y de cumplimentar en los
pocos restos encontrados en el fondo de la gruta, junto al oscuro abismo que
allí se abría, un pequeño ritual con la esperanza de que sirviera a todos los
fallecidos en el tránsito hacia el mundo de los espíritus, partirían de nuevo
hacia el norte.
Las provisiones que traían les bastarían para hacer el camino sin
prisas y lo acumulado en la zona de caza bajo un gran montón de rocas, les
permitiría buscar con calma un refugio apropiado. Alguna de las hembras daba
señales de estar preñada, pero había tiempo. El más audaz de los cazadores,
aquel que sin que nadie lo cuestionara y casi de manera natural había asumido
la responsabilidad de dirigir el grupo, tenía claro donde se asentaría, había
visto durante el tiempo que estuvieron cazando un lugar bajo un acantilado
desde donde se veían las grandes aguas de las que hablaban los viejos, que
prometía refugio y comodidad para el pequeño clan que ahora eran y que ya
estaba en proceso de ampliación.
Volverían a escuchar risas infantiles y sus espíritus recuperarían la
paz perdida
No hay comentarios:
Publicar un comentario