Atrás quedan los días de asfixiante calor, de
turistas recorriendo las callejuelas de los alrededores de LA Mezquita en busca
de un lugar para comer, o de algún típico suvenir que llevarse de recuerdo y
que luego irá acumulando polvo en cualquier rincón de casa en el mejor de los
casos, o metido en ese cajón donde todo cabe y nada vuelve a salir.
Ahora se respira un ambiente más sereno y en
algunos momentos es posible caminar por recoletas calles encaladas sin más
agobio que la obligada cortesía al cruzarte con la anciana vecina que sale bien
abrigada en busca del pan o de cualquier otra cosa necesaria para continuar en
la lucha diaria por vivir y un perrillo que la mira alejarse en una postura que
parece reflejar cierta duda sobre si seguirla u obedecer la orden de esperar,
abrigado el también, que el frío se deja notar
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